miércoles, 22 de febrero de 2017

La institución escolar, en su forma actual, es a la vez institución capitalista y patriarcal.

En las últimas décadas el carácter capitalista de la educación ha sido ampliamente analizado en multitud de trabajos y se ha podido observar que no existe una modalidad única de escuela capitalista, sino que cada período histórico y cada sociedad concreta presentan unas modalidades particulares. Exactamente lo mismo sucede con el carácter patriarcal, se produce una evolución del tratamiento dado a niños y niñas, a lo masculino y lo femenino.
A partir de la Ley General de Educación de 1970 se generaliza la enseñanza mixta en las mismas aulas, se unifican los programas por desaparición de las asignaturas especiales, los porcentajes de alumnas en todos los niveles superiores a primaria aumentan.
Pero tras los datos obtenidos se ha podido descubrir que la persistencia de los rasgos patriarcales en  la nueva conceptualización teórica y la nueva metodología, aunque en menor medida,  aún se mantienen.
Los actuales códigos en las instituciones educativas son la característica más general y constante que aparece en el análisis de los registros verbales obtenidos durante las clases, ya  que el término genérico utilizado para el conjunto de la clase es siempre niños; los maestros/as lo utilizan frecuentemente incluso en casos en que se dirigen específicamente a de niñas. Además se muestra que en las formulaciones de los maestros/as, el código de género femenino está afectado por una negación constante, perfectamente identificable en el uso del lenguaje. Así pues, vemos aparecer un primer rasgo del código de género: la negación sistemática de toda conducta que remita al estereotipo de la femineidad. Formalmente los maestros/as consideran iguales a niños y niñas, o así lo afirman. Pero esta igualdad es entendida en forma tal que todos los alumnos deben ser considerados como niños. La igualdad no surge por integración de las características de ambos géneros, sino por negación de uno de ellos. No se generaliza un modelo andrógino, sino que se universaliza el modelo masculino. No hay coeducación, sino asimilación de la niña a la educación considerada modélica, la del niño. Y ello, no porque se desconozca la existencia de unas formas de comportamiento típicas del género femenino, sino porque éstas están consideradas como inferiores, devaluadas, y, por tanto, se trata de corregir y borrar su expresión.
La idea de la igualdad sería la de librar a las niñas de unas conductas y actitudes estúpidas, y formarlas para que asimilen las conductas y actitudes de los niños. Si esta igualdad fuera llevada hasta sus últimas consecuencias, estaríamos frente a un código de género único.
En la práctica, la creencia de la igualdad decae, y la insistencia en la adquisición de competencias escolares es menor para las niñas, sobre todo en los momentos referidos a los aprendizajes técnicos y a la adopción de hábitos intelectuales, aunque se trate de aprendizajes y de hábitos tan fundamentales como los que se transmiten en la etapa de infantil.
El eclipse del género femenino no implica tan solo la corrección de actitudes en las niñas; implica también, y de forma aún más radical la corrección de actitudes en los niños, especialmente en los casos en que se producen manifestaciones sentimentales o de debilidad confesada. Pero solo frente a ciertos comportamientos. El tipo de comportamientos en los niños es corregido frecuentemente en forma silenciosa por el maestro/a, como algo que no debe mencionarse, que no debió producirse y de lo que el propio niño no debe tomar conciencia.
Se puede observar en las estadísticas que el tema niños/niñas es difícil de tratar, incómodo. Es una cuestión que nunca ha sido abordada en el período de formación del docente, y en la cual, por tanto, éste/a debe improvisar sus propias opiniones, en un ámbito en el que se sienten inseguros. El análisis de las entrevistas muestra que estas opiniones se configuran a partir de la repetición tópicos tradicionales, que insisten en las diferencias entre ambos sexos, a los que se superponen tópicos más modernos, que insisten sobre la necesidad de igualdad formal, como exigencia política. La propia confusión del docente y la inseguridad en el tema hace que el maestro/a a lo largo de la entrevista utilice el recurso de negar cualquier forma de clasificación de grupo a diferencias individuales, recurso que remite a unos argumentos mucho más manejables, porque reposan en distinciones y valores ampliamente aceptados, menos resbaladizos que la distinción por sexos.

Conseguir que los comportamientos y actitudes del género femenino  se conviertan en una posibilidad universal es un paso necesario para destruir el sesgo patriarcal del sistema educativo, tal como se produce en la actualidad. Tarea que, por supuesto, no recae solo en  los enseñantes ya que únicamente puede llevarse a cabo si en conjunto la sociedad cambiara, siendo la escuela la base de este cambio.

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